Chernobyl. Sábado 26 de
Abril de 1986.
Científica por descubrir
cuales eran las posibles consecuencias del empleo de una fuente de energía
brutal, pero de la que quizás no conocemos lo suficiente. Una fuente de energía
“invisible”. Tan compleja como hipnotizadora. No pretendo disertar sobre la
energía nuclear. No quiero establecer un debate sobre su idoneidad. Y por
supuesto, no soy quien de explicar el proceso a través del cual un átomo pesado
se divide en otros ligeros liberando energía (a groso modo).
Histórica porque
constituye una de las mayores tragedias de la humanidad. Un error humano cuya
consecuencia, la muerte de varios millares de personas, todavía hoy produce la
lenta y dolorosa defunción de asistentes al bello pero funesto espectáculo de
la explosión nuclear. La persistencia hasta dentro de más de 20.000 años de
partículas radioactivas, limitará la habitabilidad de esta zona. Dentro de
nuestro tan avanzado y globalizado planeta, siempre quedará un área sin poblar.
Pero he de reconocer que
mis motivaciones iniciales fueron devoradas por la brutal forma de contar la
historia de Jon Sistiaga. Sin filtros, para contar una feroz historia humana.
Engancha por su forma de trasladar una catástrofe de naturaleza técnica en una
narración de la vida de personas que vivieron, murieron y viven de aquella
maldita tarde. Cualquier reflexión que haga, no podría transmitir lo que mi
corazón siente y mi cabeza piensa cada vez que lo veo. La narrativa sobre los
liquidadores, esos héroes por desconocimiento, que se introdujeron con simples
mascarillas en la muerte más segura. Posiblemente librando al resto de la
humanidad de una tragedia apocalíptica en todo su sentido.
Una película de miedo. Os
dejo el link.
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